martes, 28 de junio de 2011

Capítulo 1

Este es el primer capítulo de mi primera novela. Trataré de publicar uno por semana, de acuerdo a como ande. No es la primera que trato de escribir, pero es la primera que me sale fácil, sin forzarla, quizás porque la he hecho para mis hijos (es para adolecentes y jóvenes, y para los que se sientan como tal). Espero sus comentarios, los sinceros son los que más sirven. Bueno, ahí va:


Capítulo 1: El Regalo de Cumpleaños

Lucas estaba sentado al borde de su cama, solo, mirando la caja que tenía en sus manos. Era su cumpleaños, pero no se sentía feliz. Cumplía 12 años y las celebraciones habían sido en grande en toda la Ciudad Capital del planeta Alfa Antiqua y, según le habían dicho, en todas las ciudades de todos los planetas del Sistema Estelar de Antiqua. Porque Lucas era Príncipe de Antiqua, hijo del Gran Emperador Rómulo III, a quién había visto pocas veces.
Una de esas veces había sido unas horas atrás, en el elegante y vacío palco oficial de la Plaza de la Victoria, donde Lucas se encontraba acompañado por el acostumbrado destacamento de guardias imperiales que lo escoltaban. Aún no llegaba a la mitad del desesperantemente largo desfile principal, visto también por un par de miles de personas agolpadas a ambos lados de la Plaza, y transmitido en directo a todo el Sistema Estelar y a todo el Universo poblado a través del sistema de holovideo de la Red. Cuando sus ojos estaban a punto de cerrarse por el sueño, su padre apareció por un costado en medio de un enorme séquito, y al instante la multitud había lanzado gritos de alabanza. El Emperador era un hombre alto, de facciones duras y proporcionadas, que habría destacado por sí solo del resto de las personas aunque no hubiese tenido su alto cargo. Se había acercado a su hijo y con gran ceremonia le había entregado su regalo, sin mirarlo directamente ni una sola vez. Luego se había dado vuelta y había saludado a la multitud que volvió a rugir por varios segundos, aún cuando él ya había salido del palco, sin despedirse de su hijo. Aunque estaba acostumbrado a ser ignorado por su padre, el hecho que fuera su cumpleaños lo hacía sentirse un poco más triste de lo habitual.
Ahora, en su propia habitación, dudaba si abrir el regalo que le había dado. No era curiosidad lo que sentía, sino la esperanza de que lo que contuviera la caja le dijera que de alguna forma su padre lo quería. Se trataba de una caja más bien pequeña pero pesada, envuelta en un papel brillante que cambiaba de motivos y colores cuando se movía. Pensaba que, como siempre, sería algún objeto ornamental de incalculable valor, traído de algún planeta exterior de algún sistema remoto, que no tendría más utilidad para él que un monedero para un monje asceta del planeta Pegaso. Pero también podría ser otra cosa, algo personal, como había imaginado muchas veces, quizás un juguete de su padre cuando niño y que aún guardaba, o algún objeto que había pertenecido a su madre. Pero tenía pocas esperanzas de ello. Finalmente se puso de pié, guardó la caja sin abrir en un cajón del mueble que estaba al lado de su cama y se acostó.

Pero no siempre Lucas estaba tan triste. Dos años antes habían traído a Diana para que fuera su compañera de juegos. Diana era hija de Eneas, su mayordomo personal; tenía su misma edad y unos grandes ojos pardos que hacían juego con su largo cabello liso castaño. Desde entonces podía jugar con ella tres horas cada sábado y cada domingo, que era cuando no tenía clases con sus tutores. Esperaba con ansias esos momentos, que lo sacaban de la soledad en que vivía. Estaba seguro que ella era más inteligente que él y que sabía mucho más acerca de muchas cosas. En los juegos siempre lo dirigía y a él le gustaba eso. La había visto la semana anterior. Ella le hablaba como a un igual, como siempre, sin importarle que él fuese un príncipe y ella la hija de un sirviente:
- Tienes que mover más los controles si quieres que lleguemos pronto al planeta Pegaso. Parece que nunca te hubieses subido a un crucero estelar – le decía ella apuntando hacia los cojines y bloques plásticos con que habían construido su nave espacial.
- Sabes que nunca salgo del palacio y menos del planeta. En realidad nunca me he subido a un crucero de verdad, así que tienes que enseñarme como conducirlo.
- Tú no sabes nada – lo reprendía – tienes que centrar la palanca de mando, bajar los comandos laterales y apretar el botón de aceleración, así, así, cuidado con los asteroides, baja de a poco, muy bien ¿ves que no es tan difícil?
- ¿Has viajado mucho por el espacio, Diana? Yo nunca he ido y no me imagino como puede ser.
- Bueno, en verdad sólo una vez, cuando vinimos a Alfa Antiqua. Viajé sólo con mamá, porque papá ya estaba aquí. No recuerdo mucho en realidad, era muy pequeña.
- ¿Cómo, no eres de este planeta? – le dijo sorprendido - ¿De dónde vienes entonces?
- Del planeta Silvana, pero tampoco lo recuerdo mucho. Tú nunca preguntas tanto, ¿te pasa algo?, ¿por qué de pronto te interesa tanto el espacio?
- La próxima semana es mi cumpleaños – su cara se puso seria de pronto.
- Lo sé. Debes estar muy emocionado, cumples 12 años y habrá una gran fiesta, hasta un desfile.
- No, no lo estoy, sólo serán ceremonias oficiales y recepciones. Tendré que saludar a muchas personas que no conozco y que seguramente no me gustaría conocer. Además nunca puedo verte en mis cumpleaños. Y más encima – su cara se puso sombría – ahora tendré la edad para ir a un internado.
- Sí, mi papá me contó que irás al Colegio Protocolar del planeta Nixia. Él dice que es un colegio muy bueno.
- ¡Pero es otro planeta, y ya no nos veremos más!
- No seas exagerado, vendrás para las vacaciones, además mi papá te acompañará. Yo debería estar enojada contigo, porque te lo llevarás y no lo veré en casi un año.
- Pero te quedas con tu mamá.
- Es cierto... – ella lo miró y se dio cuenta lo que le pasaba - dime, ¿piensas mucho en tu madre?
- No la recuerdo, murió cuando yo era un bebé, pero creo que a veces sueño con ella.
- ¿Cómo que crees que sueñas con ella?
- Es extraño, de vez en cuando una mujer muy hermosa aparece en mis sueños y yo invento que es mi mamá.
- ¿Pero no reconoces su cara?
- Nunca he visto una holoimagen de ella, creo que no hay ninguna en el palacio, y nunca he preguntado.
- ¿Y qué sucede en tus sueños?
- Muchas cosas – su cara se iluminó -, a veces ella juega conmigo, o me canta canciones que nunca he oído. Otras veces conversamos. A menudo se pasea con un libro enorme que nunca lee. En dos sueños ha estado triste y yo le he preguntado qué le pasa. La primera vez no contestó y la segunda vez me dijo que era porque la nieve no se derretía. Yo nunca he visto la nieve, no entendí que quería decir.
- Es extraño, tampoco entiendo… - le miró los ojos que apuntaban directamente al suelo - ¿Cuándo la viste por última vez?
- Soñé con ella anoche. Me decía que no me preocupara, que el colegio no sería tan malo, que sólo debía tener confianza. Cuando nos despedimos me dijo que si era valiente me daría un regalo en mi cumpleaños, y que siempre estaría conmigo.
- Bueno, entonces… - pero Diana no dijo nada más, porque se dio cuenta que el chico lloraba en silencio. La puerta de la sala se abrió, pues la hora de juegos había terminado.

Lucas recordaba ahora esta última conversación metido entre las sábanas en la oscuridad. En ese momento se sentía más solo que nunca. Al otro día partiría para Nixia y no vería a Diana en mucho tiempo. Aunque Eneas lo había cuidado desde hacía ocho años, también era distante y algo extraño, y no era lo mismo que su amiga. Además, recordaba el sueño con su madre. Su cumpleaños estaba terminando y secretamente había creído que realmente recibiría un regalo de ella. Quizá no había sido suficientemente valiente. Una lágrima rodaba por su mejilla cuando se quedó profundamente dormido. Comenzó a soñar que estaba en un largo pasillo iluminado sólo por unos tenues globos luminiscentes. Hacía frío. Las paredes eran de una piedra blanca pulida, sin ninguna decoración. Sintió temor, y caminó por el pasillo hasta el final, donde habían tres puertas cerradas, de acero macizo, adornadas con rebuscados dibujos de oro y plata. Tenían cerraduras electrónicas de combinación, como las que podían verse en algunas puertas del palacio. Sintió un ruido a sus espaldas y se volvió rápidamente. Caminando por el pasillo hacia él venía su madre vestida con un vestido blanco que parecía flotar cuando avanzaba, trayendo un pequeño cofre en las manos. Cuando llegó hasta él le dijo:
- Has sido muy valiente, Lucas. Te traigo el regalo que te había prometido – le entregó el cofre y el lo tomó entre sus manos.
- Esperaba que no me lo entregaras en un sueño – dijo Lucas.
- Entonces crees que esto es un sueño – lo miró a los ojos sonriendo, pero él no respondió – de todas maneras no hay diferencia. Y bueno ¿no vas a abrirlo?
- Claro… - abrió el cofre y vio que adentro había un gran prendedor de platino con forma de estrella de cinco puntas, con un gran diamante blanco al centro que brillaba en forma casi cegadora. Le preguntó a su madre - ¿Qué es?
- Es la llave de una de esas puertas – le respondió ella. Lucas se dio vuelta y miró las puertas. Las cerraduras computarizadas que tenían se habrían mediante combinaciones de letras y números, y no con llaves. Miró de nuevo el prendedor sin entender. Mientras se daba vuelta preguntó:
- ¿Cuál puerta…?
Pero su madre había desaparecido.

© 2011 Marcos Scotti D.