martes, 9 de agosto de 2011

Capítulo 7

Un nuevo capítulo y ahora sí se acaban las presentaciones y entramos en materia.


Capítulo 7: El Colegio Protocolar de Nixia

Descendieron del vehículo. Lucas sintió un golpe de frío cuando el tenue viento helado dio en su cara, e inmediatamente sintió como su ropa empezaba a elevar su temperatura. Numerosos deslizadores privados se encontraban estacionados a los lados de la entrada. La puerta, de dos hojas, se encontraba completamente abierta. Otros chicos de uniforme que llegaron con ellos, algunos acompañados y otros solos, comenzaron a entrar. Lucas y Eneas los imitaron. Nadie se encontraba vigilando las puertas ni controlando a quienes pasaban por ella.
- No parece que sea un lugar muy seguro – dijo Lucas.
- Hay muchas maneras de cuidar una entrada – respondió Eneas.
Caminaron por un ancho camino recto completamente a la intemperie y cubierto de nieve. Se encontraba flanqueado por dos hileras de estatuas que representaban extrañas criaturas, algunas con aspecto pacífico y otras amenazantes.
- Eneas, ¿qué animales son esos? – preguntó Lucas.
- No lo sé, nunca había visto algo semejante – respondió Eneas, mirando atentamente las estatuas mientras avanzaban.
- Son los Vigilantes. Se supone que son los guardianes del Colegio – dijo una voz detrás de ellos.
Lucas y Eneas se voltearon y vieron a Baldo Cruz que caminaba completamente solo.
- Buenos tardes Príncipe, espero que hayas tenido buen viaje – continuó Baldo.
- ¿Cómo sabes que es el Príncipe? – preguntó Eneas.
- Una larga historia – dijo Lucas interrumpiéndolo. Luego, dirigiéndose a Baldo – Buenas tardes, pensé que bajarías en los primeros transbordadores.
- Así fue – contestó Baldo – pero con mi padre pasamos a Ciudad Blanca para hacer algunas compras.
- ¿Y dónde está él?
- Nos despedimos en la entrada. Él nunca entra al Colegio.
- ¿Eso por qué?
- Bueno, no es asunto tuyo… con todo respeto Príncipe – dijo finalmente Baldo con tono irónico, al tiempo que los adelantaba.
Siguieron caminando en silencio, escuchando sólo por el débil silbido del viento. El camino tenía unos cien metros de largo al final del cual se encontraba el edificio principal del Colegio. Éste era alto, de unos cinco pisos, y tenía forma rectangular. Estaba construido de un material similar a un granito negro liso muy pulido, a pesar de lo cual no parecía reflejar la luz. No se veía ninguna ventana. En la parte central de la fachada había una puerta de grandes proporciones, fabricada de madera oscura sencillamente decorada. Sobre ella había un arco de piedra gris con un escudo tallado. La figura en el escudo, una estilización de un copo de nieve, le resulto familiar a Lucas, pero no pudo precisar dónde la había visto. Bajo el escudo se leía el texto “SEMPER CENTRUM” en letras angulosas. La puerta se encontraba semiabierta y tampoco estaba vigilada. Llegaron muy cansados, debido a la nieve y a que debían esforzarse más para caminar con la gravedad extra del planeta. Entraron por un corto pasillo hasta un vestíbulo donde había varios chicos despidiéndose de sus padres. Si bien la temperatura era mayor que en el exterior, no alcanzaba a ser agradable. Un hombre bajo y grueso, vestido con un traje negro, estaba sentado en un escritorio junto a una puerta por donde entraban los alumnos. Sobre el escritorio había un delgado computador con pantalla semitransparente, de líneas tan modernas que se veía curiosamente fuera de lugar en esa sala. Eneas se acercó, seguido de Lucas.
- Buenas tardes – dijo Eneas – traigo a mi pupilo Lucas, es su primer año.
- Ah, el Príncipe – respondió el hombre con una voz grave, mirando a Lucas y haciendo luego una anotación en el computador. Inmediatamente una tarjeta de color negro con el mismo escudo de la puerta en color blanco salió por una ranura sobre el escritorio.
Toma esa tarjeta, será tu identificación durante todo el curso, no la pierdas. Los dormitorios de primer año se encuentran por la escalera de la izquierda, debes elegir uno y luego tus cosas serán enviadas. Mi nombre es Andro Ignatus, Director de Disciplina del Colegio Protocolar. Lo siento, pero los padres y apoderados sólo llegan hasta aquí, debes entrar sólo.
- Le recuerdo – continuó Eneas – que la seguridad del Príncipe es de primera importancia para el Imperio, y no debe descuidarse ni siquiera por el Anemonnia. No necesito decirle cuáles podrían ser las consecuencias para su institución ante un descuido.
- Hemos educado a reyes, presidentes y emperadores por más de quinientos años, – dijo el hombre muy tranquilamente ante la amenaza encubierta de Eneas – le aseguro que sabemos lo que hacemos.
- Está bien – respondió Eneas. Luego se dirigió a Lucas – Escucha, nos despediremos por ahora. Todas las semanas hay visitas, así que nos veremos seguido. Los amigos que conociste en el crucero parecen buenos chicos, así que apóyate en ellos. Cuídate, y estudia mucho, por supuesto.
- Por supuesto – dijo Lucas. – Cuídate tú también. Hasta pronto.
- Hasta pronto.
Ambos se dieron un abrazo y luego Lucas entró por la puerta que se abrió en forma automática. Se dio vuelta para decir a Eneas:
- ¡Y envíales saludos a Diana!
- ¡En tu nombre! – respondió Eneas, tras lo cual la puerta cerró.

Lucas entró en otro vestíbulo del cual salían tres escaleras y varios pasillos. Los muros eran de piedra gris y estaban recubiertos en madera desde el suelo hasta un metro de altura. Había varios retratos dispuestos en forma regular, seguramente mostrando a pasadas autoridades del colegio, la mayoría hombres pero también algunas mujeres. Lucas subió por la escalera de la izquierda, como le había indicado Ignatus, hasta el segundo piso. Allí lo recibió el bullicio provocado por una multitud de chicos que conversaban en una amplia sala. Estaba buscando a quién preguntar cuando escuchó que lo llamaban a gritos:
- ¡Hey, Lucas, aquí estamos!
Inmediatamente vio a Jan y Fran que se acercaban sonriendo. Varios chicos al escuchar el nombre voltearon a verlo. Sus dos amigos llegaron hasta él.
- ¡Hola Lucas! ¿Cómo estuvo el descenso? ¿Movido, eh? – dijo Fran
- Hola, sí, bastante – respondió Lucas. – Oigan, parece que me están mirando.
- Hola – se acercó Jan – no les hagas caso, seguramente nunca vieron un príncipe antes. Vamos, te guardamos un lugar en nuestro dormitorio y ya pedimos tus cosas.
- ¿Ya tenemos al cuarto compañero? – preguntó Lucas.
- Sí – respondió Jan. – Hugo nos pidió que admitiéramos al hermano de su amigo Néstor. Está algo enfermo y asustado el pobre.
- Rigo me contó que se desmayó durante el descenso – dijo Fran.
Mientras hablaban llegaron al dormitorio. Era algo pequeño y las cuatro camas se encontraban juntas contra el muro del fondo. Al otro lado había un largo escritorio con cuatro sillas. En una de las camas estaba tendido un chico con la cara descompuesta. Era el mismo que Lucas había visto en el transbordador al abordar el crucero.
- Te presento a Félix – dijo Jan – será nuestro compañero de cuarto.
- Hola – dijo Lucas, reconociendo al chico – ya te había visto antes, al subir al crucero.
- Hola – respondió Félix. – Disculpa pero no me siento muy bien. No me gustan los viajes espaciales y el descenso me puso muy enfermo.
- Bueno, eso se puede ver.
- Toma la cama de la orilla – le dijo Jan – donde está tu equipaje. Puedes guardar tus cosas en ese armario. Después debemos prepararnos, pues avisaron que en una hora será la ceremonia de inicio del año.
Lucas empezó a desempacar sus cosas. De uno de sus bolsos sacó el paquete que le había dado la madre de Diana en el espaciopuerto. Lo abrió y vio que contenía unos pasteles en un envase conservador, una bufanda del color del uniforme del Colegio y unos guantes. Tuvo que guardar rápidamente los pasteles, pues Fran manifestó mucho interés en ellos. Siguió guardando su ropa y cuadernos, cuando de una de sus maletas sacó el regalo que le había dado su padre y que aún se encontraba envuelto.
- ¿Qué es eso? – preguntó Fran.
- Nada, sólo un regalo que me dio mi padre por mi cumpleaños – respondió Lucas.
- Bueno, pero ¿qué contiene? – insistió Fran.
- No lo sé, aún no lo he abierto.
- Entonces abrámoslo – dijo Fran acercándose.
- No deseo hacerlo ahora – respondió finalmente Lucas, guardando el regalo en uno de los cajones.
Entre sus libros encontró uno que se titulaba: “Guía para el Estudiante del Colegio Protocolar de Nixia”. Se trataba de un volumen de pantalla rígida que en su cubierta tenía grabado el escudo del Colegio. Lucas volvió a preguntarse dónde había visto esa imagen antes. Se puso a navegar por los capítulos. La Guía traía información sobre las asignaturas, los salones de clases, los profesores y todo lo que necesitaba para su vida escolar. Encontró una sección titulada “Uniformes” que contenía varios capítulos como “Uniforme de Clases”, “Uniforme Deportivo”, “Uniforme de Salida” y “Uniforme de Gala”. En ese momento se escuchó una voz sintética a través de unos altoparlantes escondidos en los muros:
- “En veinte minutos comenzará la ceremonia de inauguración del año escolar. Todos los alumnos deben presentarse en el Aula Magna con su uniforme de gala”
Abrió el capítulo “Uniforme de Gala” donde se veía la imagen rotatoria de un alumno con ese atuendo. Buscó en la última maleta que le quedaba por guardar y encontró las prendas adecuadas. Jan y Fran ya se estaban cambiando. Félix se levantaba a duras penas y buscaba en sus cajones. El uniforme de gala se componía básicamente de un pantalón gris, chaqueta y zapatos negros, camisa blanca y una capa de piel color blanco invierno con un borde negro que tenía bordados unos arabescos en hilo dorado. Lucas se cambió y al tratar de ponerse la capa encontró que ésta no tenía broche.
- ¿Cómo se abrocha esta capa? – preguntó a los otros chicos en la habitación.
- Debes usar el broche que trajiste de tu casa – le contestó Jan. - Así el uniforme de gala tiene tu propio sello. Mira el mío, me lo regaló mi padre. Era de mi abuelo y tiene la figura de un cometa.
Lucas miró el objeto. Era de plata y en el núcleo del cometa tenía un pequeño brillante. Era realmente muy hermoso.
- Yo no traje nada así – dijo Lucas.
- Vamos – dijo Fran. – No puedes haberlo olvidado.
- Creo que no lo sabías – replicó Jan.
- Sí, pero tu padre estudió aquí, - siguió Fran – él tiene que haberlo sabido. No pudo olvidar algo tan importante.
De pronto una idea cruzó por la cabeza de Lucas. ¿Y si fuera posible? Pero no lo era, ¿o sí? Sacó del cajón el regalo que le había dado su padre. Lo tuvo unos instantes en sus manos hasta que se decidió a abrirlo. Rompió el papel y se quedó inmóvil al ver que contenía un cofre decorado finamente, muy familiar para él.
- ¿Qué sucede? - preguntó Jan - ¿Qué es?
Lucas no contestó. Lentamente abrió el cofre. En su interior brilló un diamante puesto al centro de una estrella de cinco puntas. Lucas contuvo el aliento. Era exactamente el mismo que su madre le había entregado en su sueño.
- ¡Vaya, vaya, eso sí que es un diamante! – exclamó Jan mirando sobre el hombro de Lucas.
- ¿Ves? Te dije que tu padre no lo olvidaría – dijo Fran.
Sin saber que pensar, Lucas contempló unos instantes el prendedor. Luego lentamente lo sacó del cofre y abrochó su capa con él. Jan dijo.
- Bien, estamos todos listos. Debemos salir ahora o llegaremos tarde a la ceremonia.
Salieron al pasillo y vieron que todos a se habían ido.
- ¿Alguno sabe dónde está el Aula Magna? – preguntó Félix.
- Creo que yo puedo averiguarlo – contestó Lucas. Sacó la tarjeta que le entregó Ignatus en la entrada. En la superficie de plástico parpadeaba una flecha luminosa verde.
- Muy astuto – dijo Fran.
Corrieron a través de diversos pasillos siguiendo la flecha parpadeante, que los condujo hasta unas puertas metálicas, muy altas y decoradas. Lucas acercó su tarjeta al lector láser y éstas se abrieron. Entraron por el costado de un gran salón decorado sobria y elegantemente, flanqueado por dos largas tribunas enfrentadas entre sí, que dejaban un corredor central de unos cinco metros de ancho. Al final del corredor se sentaban diez hombres y tres mujeres en trece sitiales iguales, excepto por el central que era más alto. Todos llevaban capa negra, como Andro Ignatus, que ocupaba el tercer sillón.
El rumor constante de la conversación de los alumnos indicaba que la ceremonia aún no había comenzado. Lucas y sus compañeros debieron caminar por el pasillo central para alcanzar la entrada de una de las tribunas. Pero a medida que Lucas avanzaba, el ruido de las charlas iba cesando, mientras que todos se les quedaban viendo. Lucas sintió las miradas sobre él, incluyendo las de los profesores en el escenario. Caminaron en medio del silencio hasta que ubicaron unos asientos vacíos. Poco a poco el rumor comenzó de nuevo, pero en un tono menos jovial. Varios estudiantes lo seguían mirando, unos más disimuladamente que otros. Lucas dijo a sus amigos:
- No me gusta ser el centro de atención. Me siento incómodo.
- No es a ti a quien miran – respondió una voz detrás de ellos. Se voltearon y vieron que era Hugo el que hablaba. A su derecha estaba Rigo y a su izquierda Néstor.
- Entonces ¿a quién? – preguntó Lucas.
- Miran tu prendedor – Respondió Rigo.
- ¿Pero qué tiene mi…?
Lucas fue interrumpido por el profesor que se encontraba al centro, que con un bastón y sin levantarse golpeó el suelo tres veces, al final de lo cual todo el salón se encontró en silencio. Era bajo y grueso como Ignatus, y comenzó a hablar con una voz retumbante, sin duda amplificada por un sistema de sonido disimulado:
- Para los alumnos de primer año que no me conocen mi nombre es Marius de La Torre y soy el Rector de este Colegio. Comenzamos un nuevo año escolar con la convicción de que nuestros alumnos, tanto los antiguos como los que recién ingresan a nuestra institución, alcanzarán nuevamente los altos niveles de excelencia que nos son tradicionales. Les reitero, como siempre, que aquellos que así no lo hagan deberán abandonar para siempre este sagrado templo del saber, sin importar su posición en nuestro amado Imperio – Lucas se sintió directamente aludido. – Como es tradicional entonaremos el Himno del Colegio Protocolar.
Todos los alumnos y profesores se levantaron de sus asientos, excepto el Rector, que continuó sentado. Una música orquestada muy solemne procedente de todas partes inundó el Aula Magna y los alumnos se pusieron a cantar. La mayor parte de los de primer año guardaba silencio, aunque algunos sabían la canción y la entonaban. Lucas puso atención, pero no pudo distinguir ninguna palabra, ya que al parecer el Himno se encontraba escrito en un idioma desconocido para él. Sin embargo la música evocaba antigüedad y dignidad. Cuando cesó, los alumnos volvieron a sentarse. El Rector volvió a hablar:
- Ahora nuestro estimado Director de Disciplina dará algunas indicaciones.
Andro Ignatus se levantó y dijo:
- Como es habitual en nuestro Colegio, este año hemos recibido nuevos alumnos de alto nivel en la sociedad de nuestro Sistema. Sin embargo quiero recalcar que nadie debe esperar un trato especial o privilegios de ningún tipo por parte de los profesores o directivos de este establecimiento – nuevamente Lucas se sintió aludido. – Tampoco aceptaremos ningún acto o manifestación de tipo político que nada tengan que ver con el quehacer normal del Colegio. Aquí ustedes vienen a estudiar y no a realizar reivindicaciones de ninguna especie. Cualquier duda respecto al correcto proceder dentro de nuestra institución deberán consultarla en la sección “Disciplina” de su Guía para el Estudiante.
Terminadas sus palabras, Ignatus volvió a sentarse. El Rector habló, nuevamente sin levantarse:
- Esperamos lo mejor de ustedes, sin excepción. Mañana mismo comenzarán las clases. Buenas Noches.
Volvió a golpear el suelo con su bastón, con lo que los alumnos y profesores comenzaron a levantarse. Lucas salió junto a sus amigos, apretado en medio de una columna de chicos. En un par de ocasiones sintió codazos y empujones sin alcanzar a identificar su origen. Cuando estuvieron fuera, Fran dijo:
- Qué discurso de recibimiento, ¿eh? Casi me congelo ahí mismo.
- Yo nunca he pedido que me traten con privilegios – dijo Lucas.
- Sí, lo sabemos – le respondió Hugo. – No hagas caso y vayan a sus habitaciones. Pronto llamarán a cenar.
Sin embargo, cuando caminaban por el corredor, apareció el Rector Marius de La Torre acompañado de uno de los profesores y de Andro Ignatus, quiénes se acercaron hasta los chicos. Los tres poseían la contextura baja y ancha típica de los nativos de Nixia, por lo que eran apenas más altos que los chicos. El Rector dijo, con una forzada sonrisa en su cara:
- Joven príncipe, buenas noches. Esperaba poder darle la bienvenida personalmente, pero usted no llegó hasta última hora, y yo debía atender los asuntos del Colegio. Espero que eso no haya sido un inconveniente para usted.
- Buenas noches, señor Rector – contestó Lucas, que ya tenía cierta experiencia en conversaciones de protocolo. - No debe preocuparse por mí, recuerde que aquí no poseo privilegios.
- Espero que no se haya sentido tocado por mis palabras en el Aula Magna. Es sólo un discurso estándar – dijo irónico el Rector. – Quiero presentarle al profesor de Política, Aldus Fritsen – indicó al profesor que lo acompañaba, a quién Lucas saludó con una inclinación de cabeza – y sé que ya conoce a nuestro Director de Disciplina, el señor Ignatus. Pero por favor cuénteme, ¿qué le ha parecido hasta ahora nuestra escuela? Espero que esté cómodo en ella.
- Muchas gracias. Todo ha estado muy bien hasta ahora, aunque aún me estoy acostumbrando al clima.
- El frío es bueno para templar el espíritu. Nos ayuda a formar el carácter de los alumnos. – De pronto dirigió su mirada al prendedor que Lucas llevaba para sujetar su capa - Qué hermosa joya, muy adecuada para la ocasión.
- Es un regalo de mi padre – dijo Lucas, un tanto sorprendido por el comentario.
- Una reliquia familiar, supongo. No lo demoraré más. Espero que disfrute de la cena. Buenas noches.
- Buenas noches, señor Rector.
El Rector y sus acompañantes se alejaron por el pasillo. Cuando dieron la vuelta en una esquina, Félix habló:
- Vaya eso fue extraño, pero lo manejaste muy bien, Lucas.
- No me gustó mucho su forma de hablar – dijo Jan - ¿Te fijaste que mostró mucho interés en tu prendedor?
- Quizás quería robarlo – dijo Fran en tono de broma. - ¿Vieron como le brillaban los ojos?
- No lo sé, – respondió Lucas – ese hombre no me inspira confianza.
Se dispusieron a seguir, pero en ese momento un chico mayor, alto y de cabello rojo como el fuego, acompañado de otros dos como él, a los que Lucas no conocía, se interpuso en su camino y le dijo:
- Así que eres el príncipe, ¿eh? Espero que sepas que aquí no asustas a nadie, y menos con esa baratija – dijo apuntando a su prendedor. – Para pertenecer a una Cofradía no sirve ser hijo de papito, hay que merecerlo.
- Cálmate, Fedorus – intervino Rigo, poniéndose entre Lucas y el chico – Lucas no te ha hecho nada ni tiene nada que ver contigo. ¿Por qué no vas a molestar a otra parte?
- Así que ya tomaste partido, Nobis – le dijo el chico Fedorus. – Pues cuídate, él no es buena compañía. De tal padre tal hijo, eso lo apuesto.
- Ya vete – dijo finalmente Rigo.
Fedorus se alejó lanzándole una mirada feroz a Lucas y a Rigo, pasando a través de la multitud que se había juntado a ver el incidente. Lucas preguntó.
- No entiendo qué pasa aquí. Ese chico, Fedorus, ¿a qué se refería?
- Julius Fedorus. No le hagas caso – dijo Hugo – lo dice porque tu padre es… bueno, tú sabes.
- No, no lo sé - respondió Lucas. - ¿Y qué tienen todos con mi prendedor?
- Hablaremos luego de eso – dijo Hugo. – Ahora vayan a cambiarse para la cena.
Se separaron para ir cada grupo a su dormitorio. Jan trató de consolar a Lucas:
- Vamos, olvídalo. ¿Te fijaste que Fedorus era pelirrojo? Es de Piros, y todos los de Piros son unos insoportables.
Un par de chicos pelirrojos que pasaban en ese momento por su lado casi los atravesaron con la mirada. Apuraron el paso mientras escuchaban que por los altoparlantes de los pasillos una voz decía:
- “En quince minutos se servirá la cena en el comedor central.”
Quince minutos después se encontraban camino al comedor central, vistiendo su uniforme de diario. Ahora Jan los guiaba con su tarjeta. A través de todo el camino por los pasillos Lucas percibía miradas hostiles de gran parte de los alumnos de los cursos mayores que pasaban cerca de ellos. El comedor central era un gran salón con varias mesas de ocho sillas cada una. Vieron a Hugo, Rigo y Néstor sentados junto a otros compañeros de su curso. Fueron a buscar sus bandejas al mesón lateral donde se servían los platos, y caminaron con ellas hasta una mesa vacía. Fran miraba de manera sospechosa el contenido de su cena. Poco a poco el comedor se fue llenando, pero nadie parecía querer ocupar las sillas vacantes en su mesa. Se sorprendieron mucho cuando un grupo de tres chicas con sus bandejas caminaron por el comedor, y se sorprendieron aún más cuando, después de una breve inspección visual por el salón, las chicas se dirigieron directamente a ellos.
- ¡Hola! - exclamó una de ellas - ¿Están ocupadas estas sillas?
- Pues se ve que están vacías – dijo Fran. – Si quieren pueden sentarse – Lucas, Jan y Félix lo miraron sorprendidos ante su aplomo.
- Gracias – se sentaron. – Mi nombre es Aída y estoy en tercer año. Ellas son Gracia y Moira, y están en segundo.
- Tú eres de Piros – dijo Félix dirigiéndose a Moira.
- ¿Y eso qué? – respondió la aludida en forma airada.
- Nada, nada, – dijo Félix cohibiéndose – sólo lo decía por tu cabello –efectivamente Moira tenía un largo y hermoso cabello pelirrojo.
- Vamos Moira, no los asustes – volvió a hablar Aída. – Discúlpenla. Es un poco temperamental a veces.
- No necesito que hables por mí – replicó Moira. Luego dijo, suavizando su expresión – Lo siento, no era mi intención ser brusca, considerando cómo los están tratando.
- ¿A qué te refieres? - dijo Fran - Nos están tratando muy bien, hasta nos dieron esta… ¿qué cosa estamos comiendo?
- Guisado de conejo, – respondió Aída. – no lo miren mal, es de lo mejor que se sirve acá.
- Eso no es muy prometedor – dijo Fran.
- Me refería a los demás chicos del Colegio – siguió hablando Moira. – Los comentarios que se escuchan sobre el príncipe no son muy amistosos
- ¡Pero yo no he dado motivos para eso! – Lucas habló muy molesto. Hacía rato que se había dado cuenta de esa situación.
- Bueno, sí lo has hecho – dijo Aída. – En primer lugar no deberías haber usado ese prendedor, por lo menos no tan pronto. En segundo lugar eres hijo… bueno, de tu padre.
- ¿Y eso qué? – Lucas parecía más molesto – Mi padre es el Emperador, pero no ando diciéndoselo a nadie, si eso es lo que molesta. No es ningún crimen ser príncipe.
- Pero no pude ser que no sepas – continuó Aída con cara de sorpresa.
- ¿Qué no sepa qué?
- Que tu padre es un… - Aída miro hacia los lados y luego dijo en voz baja – dictador.
- ¿Un qué? – dijo sorprendido Lucas, en voz tal alta que muchos chicos de otras mesas voltearon a verlos.
- Un dictador, tirano, déspota, etcétera, etcétera – dijo Fran descuidadamente.
- ¡Cállate bruto! – le reprendió Jan. Luego dijo, dirigiéndose a Lucas – Íbamos a hablarte de eso luego. Fuera de tu palacio pasan muchas cosas que quizás no te gusten mucho.
- ¡Pero eso no puede ser! - continuó Lucas - Nunca había escuchado algo así. Sé que la gente quiere mucho a mi padre, yo lo he visto.
- Realmente no tienes idea de lo que pasa – dijo Moira mirándolo.
- Ha estado encerrado en el palacio – dijo Jan – sin tener noticias de fuera.
- Ni siquiera conocía los juegos de video – acotó Fran.
Lucas miraba la mesa muy confundido. ¿Su padre un dictador? Eso no podía ser. Después de un momento se dio cuenta que realmente no conocía a su padre, que era muy posible que alguien que no se preocupaba de su propio hijo fuera igual con su pueblo. Pero también estaba lo otro, levantó la cabeza y dijo:
- ¿Y el prendedor? ¿Qué pasa con que haya usado el prendedor?
- Entonces no lo hiciste a propósito – dijo Aída.
- ¿Qué cosa no hice a propósito? – preguntó Lucas. Sus amigos también estaban muy interesados en esa parte.
- En el Colegio Protocolar existen tres grupos – respondió Aída. – Se les llama las Cofradías y son muy secretos. Nadie que no pertenezca a alguna de ellas sabe bien que hacen. Se supone que están encargadas de proteger el espíritu del Colegio, pero se dice que en realidad guardan un tesoro.
- ¿Un tesoro, aquí en el Colegio? – dijo Fran muy interesado.
- Eso es lo que se dice – continuó Aída – pero nadie lo sabe en realidad. Las Cofradías se llaman La Cofradía del Águila, La Cofradía de la Serpiente y la Cofradía de la Estrella Solitaria. Ese prendedor que usaste es el símbolo del Gran Maestro de la Cofradía de la Estrella Solitaria. Se supone que estaba perdido desde hace más de cien años. Si es el verdadero, y aunque no lo sea, entonces lo que has hecho es desafiar a las Cofradías y, por lo tanto, al espíritu del Colegio. Creo que te has metido en un gran lío.
- Si el prendedor se perdió hace tanto, ¿cómo pueden saber que se trata del mismo? – preguntó Lucas.
- Mira allá – dijo Moira, apuntando a uno de los muros del comedor.
Todos miraron. En el muro de piedra pulida, entre dos antiguos retratos, se encontraba una gran placa de metal bruñido de color plata. En el centro de la placa estaban grabados a láser tres símbolos: Una gran ave negra con las alas abiertas y una corona dorada en la cabeza, una serpiente dorada enroscada en una copa de plata con tres brillantes rojos en ella y, entre los dos anteriores, una gran estrella de cinco puntas con su superficie tallada y con un diamante en el centro. El símbolo era exactamente igual al prendedor de Lucas.
- ¡Vaya! - exclamó Jan - no sé cómo no vimos eso antes.
- ¿Ahora entiendes por qué el prendedor causó tanto alboroto?
- Sí, claro, - dijo Lucas – pero ustedes se nos acercaron. ¿No están enojadas conmigo?
- Bueno – dijo Moira – sucede que nosotras sabemos que aquí te pueden rechazar a priori, sin antes averiguar si es justificado o no.
- ¿Por qué dices eso? – preguntó Jan.
- No sé si se dieron cuenta – respondió Moira con cierto tono de ironía – pero nosotras somos mujeres.
- Eso salta a la vista – replicó Fran – pero aún no entiendo que tiene que ver.
- Definitivamente ustedes no son muy observadores – continuó Moira. – Pues que en este Colegio no hay muchas mujeres.
- Es cierto – volvió a hablar Fran – ustedes son las primeras que vemos aquí.
- Y no verán más, por lo menos este año – intervino Aída. – Sólo somos nosotras tres en el Colegio. Este es un colegio machista porque el mundo de la política lo es. Nos ha costado mucho que nos acepten, y aún lo hacen a regañadientes. Históricamente casi no han ingresado mujeres. Para que yo ingresara, mi padre tuvo que sobornar a unas cuántas personas de alto cargo en el Colegio. Para que ingresara Moira, su padre usó toda su influencia como Gran Regente del planeta Piros. Y para que ingresara Gracia, bueno, aún no lo sabemos, pues se habrán dado cuenta que ella no habla mucho.
La chica aludida los miró con sus grandes ojos azules y permaneció en silencio, esbozando un proyecto de sonrisa. Aída continuó hablando del Colegio y de cómo funcionaba, contando a los chicos cómo ellas habían tenido que abrirse paso para ser consideradas aún por sus profesores. Mientras tanto Lucas permanecía en silencio, reflexionando sobre todo lo que acababa de enterarse. Se dio cuenta que Gracia lo miraba atentamente. De pronto, una idea le vino a la cabeza, y tuvo la convicción de que ése sería el paso adecuado. Interrumpiendo a Fran, que en ese momento hablaba sobre sus excepcionales cualidades sociales, dijo:
- ¡Debo ingresar a la Cofradía!
- ¿¿Qué?? – preguntaron todos sorprendidos, excepto Gracia, al mismo tiempo.
- ¡Que debo ingresar a la Cofradía de la Estrella Solitaria! - respondió Lucas con decisión - ¡Sólo así podré descifrar esto! Aída, dime, ¿qué tengo que hacer para ingresar?
- Pues nada – respondió Aída, todavía sorprendida. – No se puede postular a una Cofradía, ellos te eligen. No se sabe cómo ni por qué, pero un día deciden que debes ingresar y te lo hacen saber. Todo es muy secreto, ni siquiera se sabe a ciencia cierta quiénes pertenecen a las Cofradías. Podría ser cualquiera y nunca he sabido que elijan a alguien de primer año. Además dicen que los que más muestran interés tienen menos posibilidades de ingresar. Lo siento, pero es mejor que olvides ese plan.
Lucas quedó en silencio, sin saber que pensar. Estaba seguro que ése era el camino y ahora tendría que abandonar su idea. Miró sin querer a Gracia y le pareció que la chica le guiñaba un ojo, pero después pensó que se lo había imaginado.
Siguieron cenando y conversando mientras el comedor se vaciaba de alumnos, hasta que una empleada de la cocina, de aspecto bajo y grueso, les pidió que abandonaran la sala. Por los pasillos circulaban los Inspectores llamando a retirarse a las habitaciones, así que se separaron. Cuando llegaron a su habitación, los chicos se cambiaron y se acostaron, mientras continuaban conversando. Mientras hablaban, Lucas se fue rindiendo poco a poco al cansancio, provocado en parte por los acontecimientos del día y en parte por el esfuerzo que requería moverse en la mayor gravedad de Nixia. Por fin se quedó dormido.
Abrió los ojos y se encontró en una gran habitación de piedra negra pulida, gastada por el paso del tiempo, semi iluminada por unos tenues globos luminosos sujetos a las paredes. Adivinó que se encontraba en algún lugar del Colegio, por la decoración general. Había una treintena de sillas mirando hacia una pequeña tarima sobre la que había tres sencillos sitiales de madera. En el muro detrás de los sitiales estaba colgada una placa idéntica a la del comedor, pero el doble de grande. Los tres símbolos grabados parecían más limpios y brillantes. Sobre la placa estaban grabadas en la piedra las palabras “SEMPER CENTRUM”. Lucas miró hacia la tarima y vio a su madre sentada en el sitial central, vestida una vez más de blanco. El chico caminó hacia ella. Su madre le habló una vez que estuvo a su lado:
- Hola Lucas, estoy muy contenta de verte aquí – su voz dulce le pareció a Lucas más dulce. - Me siento muy orgullosa que hayas ingresado al Colegio Protocolar. Espero que lo estés pasando bien.
- La verdad no es así – respondió el chico, que sintió que podía desahogar toda la presión de ese día, y así lo hizo, con lágrimas asomándose por sus ojos. – El primer día ha sido muy duro. He sabido cosas que no esperaba saber, y me han pasado cosas que no esperaba que pasaran
- Siempre es difícil llegar a un lugar nuevo. Tus amigos te pueden ayudar a que sea más sencillo.
- He conocido muy buenos compañeros, es cierto. Pero ese regalo que me diste sólo me ha traído problemas. No me entiendas mal, me alegró mucho que me lo hayas dado, pero aún no entiendo para qué me servirá.
- Ya te lo he dicho, es para abrir una puerta. Dime, ¿ya encontraste esa puerta?
- No, aún no. Necesito que me digas que debo hacer.
- Debes seguir siendo tú mismo. Hay mucho valor en tu corazón, y lo vas a necesitar. Pronto tendrás que enfrentar pruebas muy difíciles. Debes ser valiente.
- No sé si pueda. No sé si podré aguantar todo el año. Sé que será difícil.
- Deja que sea, todo saldrá bien.
Lucas se acercó a su madre, ella lo tomó y lo puso en su regazo.
- Ahora duerme, hijo – le dijo, besando su frente.
Lucas cerró sus ojos.

© 2011 Marcos Scotti D.

2 comentarios:

  1. Wow, sí que ha tomado forma la historia ^^

    Me ha encantado el momento en el que Jan dice lo de los pelirrojos... me he reído bastante (pobres chicos pelirrojos xD)
    Y el tema de las cofradías me da algo de repelús... habrá que ver cómo sigue todo... Pero seguro que pasa algo extraño, me lo veo venir.
    Y con el prendedor... Qué mala pata, ya le podían haber dado uno que fuera más normalito...
    Y lo del emperador, o dictador, me lo veía venir (obviamente), pero creo que hay algo más que... no sé jeje.

    En fin, que muy buen capítulo. Me ha encantado. Espero el de la semana que viene ^^

    ¡Un saludo!

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