martes, 30 de agosto de 2011

Capítulo 10

Después del triunfo de Lucas en el capítulo anterior, él se arriesga por tratar de desentrañar las preguntas sobre su vida. Veamos que tal sale.


Capítulo 10: El Libro Robado

Durante la cena los alumnos del Colegio sólo hablaban del Juicio de Réplica y de Gracia. Los curiosos pasaban a cada momento junto a la mesa de la chica. El inédito hecho de que una nativa de Eolia estudiara en el Colegio era la causa de todo ello. Difícilmente un habitante de alguno de los otros cinco planetas del Sistema conocía a algún eoliano en toda su vida. Eran un pueblo muy enigmático, nunca salían de su planeta y su contacto con el resto del Sistema se limitaba casi exclusivamente al área comercial y política. Por eso se contaban exageradas historias acerca de sus habitantes, casi siempre fuera de la realidad. Esta vez no fue la excepción y empezaron a circular todo tipo de rumores sobre el origen de Gracia y de por qué estaba en el Colegio. Se dijo que era hija de algún alto regente que venía a aprender sobre el resto de los planetas. También se dijo que era de una familia exiliada por algún acto de alta traición. Hasta se dijo que era hija de alguno de los míticos Jinetes de Bathra de Eolia. Pero Gracia no confirmó ni desmintió ningún rumor, sólo se limitaba a sonreír frente a todo el que le preguntaba. Fran pasó muchos problemas tratando de alejar a los curiosos durante la cena, aún más con Lucas en la misma mesa.

Terminaron de cenar y se fueron a sus habitaciones. Entonces Lucas y sus amigos se concentraron en lo que iban a hacer. Repasaron el plan hasta que lo supieron de memoria. Félix se ocultaría cerca del salón de Leyes y Ética, y desde ahí cuidaría la entrada al corredor lateral. Jan se quedaría detrás de un pilar en la entrada al corredor principal. Lucas y Fran entrarían al Salón de Honor, sacarían el libro, lo leerían, y lo volverían a su lugar. No deberían demorar más de media hora. Esperarían en su habitación una hora después del toque de silencio, cuando todos estuvieran durmiendo. Mientras esperaban, Jan y Lucas conversaban. Jan le exponía sus dudas sobre todo ese asunto:
- Todavía no es tarde para arrepentirnos – dijo. – Podremos quitar el plástico del cerrojo por la mañana y nadie se dará cuenta.
- No podemos retroceder ahora – contestó Lucas. – Entiende que todo esto es muy importante para mí. Desde que llegué aquí, en realidad desde que salí de Alfa, he sabido cosas que nunca imaginé, y me han pasado cosas, tu sabes…, mis sueños son más que recuerdos infantiles, tienen un significado y necesito saber cuál es. Y estoy seguro que en ese libro encontraré respuestas.
- Bueno, si es importante para ti entonces lo haremos. Lo que sucede es que estoy muy nervioso con esto. Durante la cena juraría que Fedorus no nos sacó los ojos de encima.
- Probablemente aún esté enojado por haber perdido el juicio. Sabes que él también es miembro del Comité de Elecciones.
- Sí, probablemente sea eso, o quizás me estoy volviendo paranoico – rieron. – En fin, lo que quería decir es que te ayudaremos a descifrar tus sueños, aunque la respuesta no esté en ese libro.
- Yo he leído – intervino Fran, recostado en su cama – que los sueños tienen un significado simbólico, en que cada elemento representa alguna cosa de la realidad. Y también existen los sueños premonitorios.
- ¿Premonitorios? – preguntó Lucas.
- Sí – prosiguió Fran. – son sueños que te dicen el futuro, pero como claves, metáforas. Si los examinas bien podrán anticiparte lo que sucederá. Bueno, si crees en eso.
- No sabía que te interesaran esos temas – dijo Jan. – Estoy muy sorprendido.
- Es que estuve hablando con Manlo Goicoch – contestó Fran. - Está con nosotros en primer año y es de Pegaso.
- Lo conozco –dijo Jan. – Los pegasianos le dan mucha importancia a ese tipo de temas, y a todo lo que sea espiritual. Les falta poner los pies en el planeta, como diría mi madre.
Siguieron conversando de ése y otros temas, hasta que llegó la hora. Despertaron a Félix, que se había quedado dormido vestido sobre su cama, y salieron. Llevaban los intercomunicadores que Eneas les había dado en el Parque de Tram y vestían el buzo deportivo del Colegio, que era de color negro. Los pasillos se encontraban completamente desiertos, iluminados sólo por tenues focos de luces auxiliares. Los chicos se detenían en cada intersección para asegurarse que nadie estuviera circulando. Dejaron a Félix en su puesto y siguieron avanzando. Más adelante Jan se separó y continuó solo, mientras Lucas y Fran se desviaban hacia el Salón de Honor. Cuando llegaron a la puerta, miraron en todas direcciones buscando alguna señal de movimiento. Fran puso su mano en la puerta y empujó. La puerta se abrió suavemente. Fran miró a Lucas y le dijo sonriente, en voz baja:
- ¿Qué te dije? Todo perfecto.
Entraron sigilosamente en el Salón de Honor. Se trataba de una amplia sala decorada elegantemente, al estilo de los tiempos de la colonización del Sistema, con auténticas pinturas y tapices en los muros. El techo era muy alto. Tenía un proscenio con una mesa y un atril de lectura, al frente del cual había una veintena de finas butacas. En uno de los muros laterales había un mueble vitrina de estilo antiguo. El muro detrás del proscenio tenía un gran escudo del Colegio tallado en piedra. Lucas volvió a preguntarse dónde había visto esa figura antes. Dijo en voz baja:
- Nunca había entrado aquí.
- Yo tampoco – contestó Fran, también en voz baja. – Este salón sólo se ocupa cuando viene una visita ilustre, o para premiaciones importantes, o para homenajes.
- ¿Dónde estará el libro?
- Debe estar en esa vitrina – dijo Fran, indicando el mueble.
Se acercaron y miraron al interior. Pudieron ver varias copas con inscripciones, un par de medallas enmarcadas y otros objetos. Destacaba un pequeño martillo de aspecto antiguo dentro de una caja transparente. En la repisa sobre el martillo había otra caja transparente. En su interior pudieron ver un viejo libro de tamaño pequeño, con tapas forradas en cuero sobre las cuales podía leerse en letras de platino: “Acta de Fundación. Colegio Protocolar”.
- ¡Ahí está! – dijo Lucas.
- Espero que este mueble no esté cerrado – contestó Fran.
- Vaya, no había pensado en eso.
Fran tomó el tirador de la puerta del mueble y lo abrió sin dificultad. Lucas miró un instante el contenedor de cristal sintético y lo sacó. Lo llevó hasta la mesa del proscenio y trató de abrirlo. Fran estaba a su lado, impaciente:
- ¡Vamos! - dijo - ¡Ábrelo ya!
- Creo que tenemos un problema - contestó Lucas.
Lucas le mostró el costado del contenedor. En el lugar donde la tapa cerraba, estaba un pequeño cerrojo de combinación con una pequeña pantalla verde luminosa. El teclado, aunque era de pequeño tamaño, tenía unas quince teclas sin ninguna marca en su superficie. Fran lo miró con desazón.
- ¿Qué haremos ahora? – preguntó.
- No lo sé, déjame pensar. Debemos encontrar la combinación rápidamente.
En ese momento se escuchó la voz de Félix a través de los intercomunicadores:
- ¡Lucas, Lucas! ¡Contesta!
- Félix, dime qué pasa – contestó Lucas, presionando el botón de su intercomunicador.
- Julius Fedorus acaba de pasar frente a mí – dijo Félix - Se dirige hacia ustedes.
- ¿Te vio? – preguntó Lucas.
- No, estaba oculto. Fedorus caminaba tratando de no hacer ruido, creo que nos seguía.
- Está bien. Quédate donde estás. Jan, ¿escuchaste eso?
- Sí, por aquí no hay nadie – contestó la voz de Jan.
- Mantente atento, – dijo Lucas – y ten cuidado.
- ¿Cómo nos habrá descubierto Fedorus? – preguntó Fran nerviosamente.
- Jan dijo hace un rato que lo había visto espiándonos durante la cena. Quizás nos escuchó antes, o nos ha estado siguiendo. De todas maneras no entremos en pánico, no debe saber que estamos aquí.
- Tenemos que abrir rápido esa caja y salir de aquí. Piensa alguna clave.
- Eso no sirve. Las teclas no tienen marcas, no representan letras ni números. La clave es una combinación de las teclas en orden. No sabemos el largo de la clave, así que son millones de posibilidades totalmente al azar.
Se volvió a escuchar una voz por el intercomunicador. Esta vez era Jan:
- Lucas, Fran, escuchen. Acaba de pasar el viejo Santos, el profesor de Ciencias. Creo que va a la cocina, así que no pasará cerca de ustedes. Sólo esperen un momento antes de salir. ¿Cómo van por allá?
- No muy bien – respondió Lucas. – El libro está encerrado en una caja con combinación. Trataremos de solucionarlo.
- No se demoren mucho – respondió la voz de Jan.
- ¿Ya sabes que hacer? – preguntó Fran.
- Lo único que se me ocurre es tratar de forzarla – dijo Lucas. – Sujétala y trataré de abrirla.
Lucas y Fran trataron de forzar la caja por algunos minutos, sin resultados. Estaban buscando algo con que hacer palanca, cuando volvió a escucharse la voz de Jan:
- ¡Lucas! ¡Estoy viendo a Fedorus al fondo del pasillo! ¡Parece que nos está buscando! ¡Deben salir de ahí ahora!
- Dejemos eso, - le dijo Fran a Lucas – se nos acabó el tiempo.
- No lo haré – respondió – Aquí están las respuestas que necesito.
- Es inútil, no hay nada que hacer. Debemos irnos. Devuélvelo a su mueble.
Lucas miró unos momentos el libro dentro de la caja. Estaba tan cerca que se resistía a dejarlo.
- Nos lo llevaremos – dijo Lucas.
- ¡¿Qué?!
- No puedo dejarlo aquí. Lo llevaremos y encontraremos la manera de abrirlo. Después lo devolveremos.
- ¡No puedes estar hablando en serio! ¡Se darán cuenta y habrá una investigación!
- No si tenemos suerte. No me mires así, no me iré sin este libro.
- Espero que sepas lo que haces – dijo Fran.
- Yo también – respondió Lucas.
Fueron hasta la puerta y la abrieron con mucho cuidado. Miraron sigilosamente hacia el exterior, asegurándose que no hubiese nadie y salieron. Fran sacó el plástico del cerrojo. Llamaron a Jan por el intercomunicador, quien pronto se les unió.
- ¿Qué pasó con Fedorus? – preguntó Lucas.
- Creo que siguió en dirección al comedor – respondió Jan. – Espero que no se tope con Santos.
- Bien, vayamos por Félix – dijo Lucas.
- ¡Espera un momento! – exclamó Jan, mirando la caja que traía en las manos – Espero que eso no sea lo que estoy pensando.
- No lo pudimos abrir, tuve que traerlo – contestó Lucas.
- ¡¿Cómo se te ocurrió semejante cosa?! – Jan no lo podía creer. Luego miró a Fran – Y tú ¿Cómo se lo permitiste?
- No lo pude evitar, – respondió Fran – es muy testarudo.
- Ya está hecho, – dijo Lucas – de nada vale lamentarse. Después que lo abramos, y lo leamos, lo devolveremos.
Siguieron hasta donde Félix se escondía y luego fueron los cuatro a su dormitorio. No vieron señal de Julius Fedorus en los pasillos. Jan seguía muy molesto. Quedaron de acuerdo que al día siguiente descubrirían la manera de abrir esa caja, o lo regresarían al Salón de Honor. Escondieron la caja con el libro en uno de los armarios y se fueron a dormir.

Lucas abrió los ojos. Esta vez supo enseguida dónde estaba. Se dirigió directamente dónde su madre lo esperaba sentada. Ella le dijo:
- Lucas, ¿por qué no me miras a la cara?
- He hecho algo de lo que no me siento orgulloso – contestó Lucas.
- ¿Te refieres a lo del Acta? – preguntó su madre con una sonrisa.
- ¿Lo sabías? Por supuesto que lo sabías, debí imaginármelo. Dime por favor, ¿estuvo mal que me lo llevara?
- Estuvo mal si crees que estuvo mal.
- En realidad no lo sé. En ese momento sentí que debía hacerlo, pero ahora no estoy seguro.
- Hay cosas que quieres saber y haces lo necesario para averiguarlas. Tu intención no fue hacer daño, ni apropiarte de algo que no es tuyo. Debes cuidar de que nadie salga dañado por lo que hiciste, y devolver el libro lo antes posible.
- Entonces ¿el libro me ayudará a saber lo que deseo?
- El libro te ayudará, pero no de la manera que esperas.
Lucas miró a su madre unos instantes, tratando de comprender lo que quería decir, pero sin atreverse a preguntar. Sentía que debía averiguar por sí mismo el significado de esas palabras.
- Madre, ¿qué hago aquí ahora?
- Viniste a recibir esto – abrió su mano, que tenía una medalla con la figura de una serpiente y una copa, desde la que brillaron dos pequeños rubíes. La puso alrededor del cuello de Lucas.
- ¿Por qué me entregas esto? – Preguntó Lucas, mientras miraba el tapiz del muro – No lo merezco.
- Oh, sí lo mereces. Es por lo que hiciste para ayudar a tu amiga.
- Había olvidado eso.
- No debes olvidarlo, estuviste muy bien. Fue tu segunda prueba. Ahora sólo queda una. Será la más difícil. Para superarla deberás tener mucho carácter. Ahora ven aquí. Es hora que descanses, mañana será un día difícil - Una vez más, Lucas se durmió en su regazo.

Los cuatro chicos se levantaron muy temprano por la mañana. Estuvieron callados durante el desayuno, a pesar de que algunos compañeros se les acercaron para felicitarlos por el juicio del día anterior. Ninguna de las tres chicas apareció por el comedor esa mañana, probablemente para evitar a los curiosos que aún querían ver a Gracia. Después se dirigieron a la clase de Principios de Diplomacia. El profesor era nativo de Alfa, Salvador Mecan se llamaba, por lo que la clase no resultaba tan árida y aburrida como las que dictaban los profesores nixianos, pero eso no evitó que Lucas estuviera distraído las dos horas que duraba.
- ¡Señor Laertes! – gritó de pronto el profesor Mecan, con lo que Lucas literalmente saltó de su asiento.
- ¡Sí señor, diga! – respondió el chico, sorprendido. El resto de los chicos de la clase rieron.
- Le ha preguntado dos veces sobre la regla básica del inicio de negociaciones entre planetas de un mismo sistema.
- La regla básica, sí señor. Es… la regla… tiene que ver con, creo que con…
- Quizás el trabajo le ayude a recordarla, y de paso a poner atención en clases. Quiero para nuestra próxima clase un informe completo sobre esa regla y su aplicación en las últimas negociaciones de intercambio de información entre Alfa y Piros. Encontrará todo lo que necesita en la biblioteca.
- Ahora sí que la hiciste buena – le susurró Fran, que estaba sentado detrás.
La siguiente clase era Ciencias. Sin embargo no fue Juis Santos quien llegó hasta el Laboratorio donde se dictaban las clases, sino el profesor Gio Pichot, de Cultura Física.
- Reemplazaré al profesor Santos unos minutos – les dijo a los alumnos. – Surgió algo urgente que ha requerido de su presencia. Saquen su texto de ciencias y por favor repasen en silencio la materia de la última clase.
Lucas, Jan, Fran y Félix intercambiaron unas significativas miradas. No pudieron dejar de relacionar esta repentina ausencia con el hecho de que el profesor Santos estuviera en los pasillos la noche anterior.
- ¿Crees que Santos nos descubrió? – le susurró Félix a Lucas.
- No, seguro ya lo sabríamos si así fuera – respondió Lucas.
Quince minutos después el profesor Santos entró en el laboratorio y saludó al profesor Pichot, quien salió. Se veía algo nervioso. Dijo a sus alumnos:
- Disculpen el retraso, tuve que ocuparme de un asunto urgente. Ahora saquen los materiales que ocupamos la última clase. Seguiremos con el experimento de degradación de la pirita.
No hizo ninguna señal significativa hacia los cuatro chicos. La clase se desarrolló normalmente. Sin embargo los chicos no pudieron evitar estar inquietos durante ella. Cuando terminó, los cuatro salieron rápidamente para ir a un lugar tranquilo a conversar de lo ocurrido. En uno de los pasillos se toparon con Hugo y Rigo.
- Hola chicos, ¿dónde van ahora? – preguntó Rigo.
- Hola, - contestó Fran – vamos al patio exterior. Queremos tomar algo de aire, la clase de ciencias estuvo muy pesada.
- Está muy frío afuera, tengan cuidado – dijo Hugo. - ¿Supieron las últimas noticias?
- No hemos sabido nada – respondió Jan algo nervioso - ¿Qué ocurrió?
- Pues que anoche alguien robó el Acta de Fundación del Salón de Honor – dijo Hugo y miró a Lucas de una manera extrañamente acusadora. - ¿No es una coincidencia que hayamos estado hablando de eso hace un par de días?
- Sí, una coincidencia, sólo una coincidencia – respondió Lucas notoriamente nervioso. - ¿Ya descubrieron quien lo hizo?
- Entiendo que aún no, pero hay una investigación, – dijo Rigo – seguramente lo descubrirán y luego, bueno, seguramente expulsarán a quien o quiénes hayan sido. - Los cuatro palidecieron. Rigo se despidió – Bueno, nos vemos más tarde.
Lucas, Jan, Fran y Félix siguieron su camino sin despedirse. Cuando llegaron al patio exterior ni siquiera notaron el persistente viento frío que soplaba. Caminaron sobre la nieve hasta que se refugiaron detrás de la estatua de uno los Vigilantes.
- Estamos perdidos, - dijo Félix – nos descubrirán y nos expulsarán a los cuatro.
- Jan, ¿estás seguro que Santos no te vio anoche? – preguntó Lucas.
- Sí muy seguro – respondió el chico. – Además si me hubiera visto me habría dicho algo en ese momento, se supone que no podemos salir de las habitaciones después del toque de silencio.
- Es cierto, - dijo Lucas –debemos estar tranquilos. Nadie nos vio anoche, y no ocupamos nuestras tarjetas ni siquiera para salir de nuestra habitación.
- Además sabemos que no hay ningún sistema de vigilancia en el interior del Colegio – acotó Fran. - El Consejo de Padres siempre se ha preocupado de eso. Recuerden que aquí estudian muchos hijos de gobernantes y dirigentes importantes, como tú Lucas, y ninguno quiere que lo espíen.
- Entonces no tienen manera de descubrirnos – dijo Lucas. – Sólo debemos permanecer callados. Cuando logremos leer el libro lo dejaremos en algún lugar donde algún profesor lo encuentre. Con el tiempo se olvidarán del asunto.
- Se olvidan de algo – dijo Jan.
- ¿De qué? – preguntó Lucas
- De Julius Fedorus – respondió Jan. – Él estaba en los pasillos anoche. Probablemente nos seguía.
- No estamos seguros de eso – dijo Fran. – Puede haber estado por otra razón. No nos vio entrar al Salón de Honor, eso sí te lo puedo asegurar.
- ¿Qué haremos? – preguntó muy angustiado Félix.
- Nada, - respondió Lucas – no haremos nada. Seguiremos como siempre. Yo iré a la biblioteca a comenzar el informe que me encargó el profesor Mecan y ustedes harán lo de costumbre. Debemos confiar en que Fedorus no sabe nada, y aunque así fuera no tiene pruebas contra nosotros. Nos juntaremos en el comedor a la hora del almuerzo.
- Está bien – dijeron los demás.
Cuando se iban de vuelta al Edificio Central, Lucas miró con inquietud la estatua del Vigilante en que se habían resguardado. La figura representaba a un ursus.
Lucas estuvo una hora recopilando información sobre las negociaciones entre Alfa y Piros, pero no pudo apartar de su mente el asunto del libro. Si eran descubiertos lo expulsarían y tendría que volver al palacio. Tendría que enfrentar a su padre, pero no sabía cómo lo iba a tomar, si se enojaría o si no le importaría. Además expulsarían a sus amigos por su culpa. Su madre se lo había advertido, sufrirían por él. No podía permitirlo, pero tampoco podría evitarlo. Decidió que asumiría toda la culpa si los descubrían. Finalmente llegó la hora de almorzar. Guardó toda la información que encontró en su visor y se dirigió al comedor. Cuando llegó vio a Jan y Félix en una mesa con sus bandejas de comida. Recogió la suya y fue hasta ellos.
- ¿Alguna noticia? - preguntó - ¿Dónde está Fran?
- No quiso estudiar con nosotros en la habitación, – respondió Jan – dijo que iría a ver que escuchaba por ahí. No te preocupes, no dirá nada, no es tan tonto.
En ese momento Fran entró al comedor. Cuando vio a los chicos se dirigió directamente hasta ellos, sin ir a buscar su bandeja. Se sentó, estaba agitado, y empezó a hablar:
- No creerán lo que voy a decirles. Estuve averiguando por ahí, y uno de los auxiliares de aseo que conozco conoce a alguien de mantenimiento que conoce a alguien de electrónica que… en fin, el asunto es que el Director de Disciplina, Ignatus, sabe el nombre de uno de los que robaron el libro.
Los tres chicos quedaron petrificados. Jan pudo finalmente preguntar:
- ¿De quién?
- Julius Fedorus – dijo Fran.
- ¡¿Qué?! – exclamó Jan – pero ¿cómo?
- Pues parece que el profesor Santos vio pasar a Fedorus por los pasillos anoche, - respondió Fran - y cuando descubrieron que faltaba el libro habló con Ignatus. El tipo de electrónica dijo que habían revisado el registro del cerrojo del Salón de Honor, y adivinen, Fedorus abrió la puerta con su tarjeta esa noche.
- Pero, ¿por qué lo habrá hecho? – preguntó Félix.
- Probablemente sí nos vio salir del Salón, después de todo, – respondió Fran – y entró a ver que habíamos hecho. No debe haberse dado cuenta de que faltaba el libro hasta que supo la noticia esta mañana.
- Eso es terrible – dijo Félix – lo acusarán y nos delatará. Dirá que nos seguía y sabrán que fuimos nosotros. Nos expulsarán.
- No será así, - respondió Fran – sería su palabra contra la nuestra. Fue a él a quién Santos vio en los pasillos, y fue su tarjeta la que abrió las puertas del Salón de Honor. Desde que llegamos al Colegio nos ha estado molestando, así que pensarán que nos acusa para salvarse de la expulsión.
- Eso no es algo de lo que sentirnos orgullosos – dijo Jan.
- Pero es nuestra única salida – siguió Fran. – Fedorus decidió ser nuestro enemigo desde que llegamos sin que le hiciéramos nada. Es él o nosotros ¿Qué opinas tú, Lucas?
Lucas había estado escuchando en silencio durante toda la conversación. Todo el asunto le daba vueltas en la cabeza. Fedorus sería acusado y seguramente expulsado. ¿Qué debía hacer ahora? Su madre le había dicho: “Debes cuidar de que nadie salga dañado por lo que hiciste”. ¿Acaso había sido uno de esos sueños premonitorios de los que le había hablado Fran? ¿Cómo sabría su madre lo que pasaría? Abandonar el libro para que un profesor lo encontrara no salvaría a Fedorus. Es cierto que ese chico había sido hostil desde que llegaron, pero no debía cargar con su culpa. De pronto vio muy claro lo que debía hacer.
- Entregaré el libro a Ignatus – dijo Lucas resueltamente.
- ¡No puedes hacer eso! - exclamó Fran - ¡Será nuestro fin en este Colegio!
- No se preocupen, – respondió Lucas – diré que lo hice solo. Yo los obligué a ayudarme, yo debo cargar solo con la responsabilidad.
- Tú no nos obligaste a nada, nosotros quisimos ayudarte – dijo Jan.
- Es cierto – dijo Fran – no podemos permitir que te expulsen. No debes hacerlo.
- Sí debo – respondió Lucas – todo esto es mi culpa.
Guardaron silencio, pues Hugo, Rigo y Néstor entraron al comedor y se acercaron hasta ellos.
- Hola, ¿supieron lo de Fedorus? – peguntó Hugo.
- Fran nos estaba contando – respondió Jan - ¿creen que sea cierto?
- Sí, el profesor Pichot nos lo contó hace unos momentos en el Gimnasium – respondió Nestor.
- Vaya, seguramente lo expulsarán – dijo Fran, tratando de parecer tranquilo.
- Sí, seguramente lo harán – respondió Hugo, mirando a Lucas. El chico seguía pensativo, con la cabeza gacha. - De hecho ahora se encuentran Fedorus e Ignatus en la oficina del Rector.
Al oír eso Lucas levantó la cabeza y miró a Hugo. Se levantó y dijo
- Debo ir a hacer algo.
- Lucas, no. – le pidió Fran.
- ¿De qué se trata? – preguntó Hugo.
- Algo que debo hacer solo – respondió Lucas. Salió del comedor mientras sus amigos lo miraban.
Lucas se dirigió hasta su habitación y sacó del escondite la caja con el libro. La puso dentro de un bolso y salió con paso decidido hacia la oficina del Rector. A medida que se iba acercando fue disminuyendo su marcha. Dudó unos instantes frente a la puerta, pero recordó a su madre y tocó. La puerta se abrió y tragando saliva entró a la recepción, donde detrás de un escritorio estaba el secretario del Rector, un nativo de Nixia. El secretario dejó de escribir en su computador, lo miró de arriba abajo y preguntó:
- ¿Qué deseas, chico?
- Necesito hablar con el señor Rector – respondió Lucas.
- En este momento se encuentra ocupado.
- Lo sé. Lo que debo decirle tiene que ver con el asunto que está tratando.
- Lo siento, pero no puedo molestarlo – dijo el secretario y volvió a lo que estaba haciendo.
Lucas lo miró impaciente. Metió la mano en el bolso que traía, sacó la caja con el Acta de Fundación y la puso en el escritorio del secretario. Éste la miró unos instantes y presionó el botón del intercomunicador que tenía junto a él.
- ¿Señor Rector? – dijo.
- Pedí expresamente que no me interrumpieran – se escuchó a través del intercomunicador.
- Mis disculpas, señor Rector, pero aquí se encuentra el príncipe Lucas y trae el libro extraviado.
Se produjo silencio durante unos segundos.
- Hazlo pasar – dijo la voz del Rector.
El secretario presionó un botón bajo el escritorio y la puerta deslizante que tenía a sus espaldas se abrió. Lucas tomó la caja con el Acta de Fundación y entró en el despacho del Rector. Adentro se encontraba el Rector sentado detrás de un amplio escritorio de color negro, finamente decorado. A su lado estaba Andro Ignatus, y de pie frente a ellos se encontraba Julius Fedorus. Los tres miraban a Lucas mientras entraba, se acercaba al escritorio y dejaba la caja con el libro sobre él.
- ¿Dónde encontró eso, príncipe? – preguntó el Rector.
- Yo lo tomé del Salón de Honor, no Fedorus – respondió Lucas. El Rector miró a Fedorus y le preguntó:
- ¿Es cierto eso? - preguntó a Fedorus.
- Sí señor Rector – contestó el chico.
- ¿Por qué no me lo habías dicho? – volvió a preguntar el Rector.
- Usted no me habría creído si culpaba al Príncipe del Sistema Estelar de Antiqua, señor Rector – respondió Fedorus.
El Rector miró nuevamente a Lucas y le preguntó:
- ¿Entiende las consecuencias de lo que ha hecho, príncipe?
- Sí, señor rector – contestó Lucas.
- Deberé aplicarle el mismo castigo que iba a recibir Fedorus – dijo el Rector.
- Entiendo eso, señor – contestó Lucas.
El rector lo miró unos instantes. Luego dijo, dirigiéndose a Fedorus:
- Puedes retirarte.
Julius Fedorus se dio media vuelta y se puso a caminar. Cuando pasaba junto a Lucas le dijo, en voz baja:
- Todavía no hemos terminado – y salió del despacho.
Lucas no se inquietó por la amenaza, Julius Fedorus era el menor de sus problemas en ese momento. El Rector le preguntó:
- ¿Qué razones tuvo para tomar esta reliquia de nuestro Colegio?
- No puedo contestar a eso, señor Rector – respondió Lucas.
- Eso no le ayuda nada – dijo Ignatus, hablando por primera vez – conteste la pregunta del Rector.
- Lo siento – dijo Lucas – pero realmente no puedo decírselo.
- ¿Y puede decirme si lo hizo solo o si alguien lo ayudó? – preguntó el Rector.
- Lo hice solo – respondió Lucas sin vacilar.
- Está bien – dijo el Rector – desde hoy y todos los días durante dos meses deberá presentarse en la cocina a las seis de la tarde para ayudar con los quehaceres. Por supuesto que eso no será excusa para descuidar sus deberes escolares. Además quedará en estado condicional hasta fin de año. No se le aceptará ninguna otra falta como ésta.
Lucas lo miró sorprendido.
- Eeeh… ¿no va a expulsarme? – preguntó
- ¿Prefiere que lo haga?
- ¡No, señor Rector! - respondió Lucas - ¡Por supuesto que no!
- Como miembro de la Comisión Por La Tradición – explicó el Rector – Julius Fedorus sabía que el Acta de Fundación que se exhibía en el Salón de Honor, y que nos trajo ahora, sólo es una copia. El original está guardado en una bóveda en Ciudad Blanca, lejos del alcance de mocosos irresponsables. Es por eso que sólo lo consideramos una falta menos grave. En su caso príncipe, aunque usted pensaba que se trataba del libro original, también debemos tomar en cuenta que vino a devolverlo voluntariamente. Por eso le aplicaré el mismo castigo que ya le había comunicado a Fedorus.
- Espero que se de cuenta de la suerte que ha tenido – intervino Ignatus.
- Sí señor, muchas gracias – respondió el chico.
- Por supuesto le informaremos de esto a su Majestad El Emperador, su padre – dijo el Rector. – Ahora puede retirarse.
Lucas no esperó que se lo dijeran dos veces y salió rápidamente. Afuera lo esperaban Jan, Fran, Félix, Hugo, Rigo y Néstor.
- ¿Cómo te fue? – preguntó Jan, con cara de funeral. Lucas iba a responder, pero miró a Hugo. Jan le dijo – No te preocupes, ya lo saben, tuvimos que contarles.
- Bueno, no tan mal – respondió Lucas y les contó lo que había pasado.
- Vaya, - dijo Fran – eso no lo cuentas dos veces.
- Es cierto, tuviste mucha suerte – intervino Hugo. – Estuvo muy bien lo que hiciste. No lo de sacar el libro, eso fue un estupidez. Me refiero a contar la verdad, y proteger a tus amigos, y por supuesto a Fedorus.
- Es algo que debía hacer – respondió Lucas.
- Es cierto – dijo Hugo. – Ahora debemos ir a clases ¿qué tienen en la tarde?
- Tenemos Leyes y Ética – respondió Fran. – Después estudiaremos, aunque parece que Lucas tiene trabajo en la cocina.
- Nosotros deberíamos ayudarte – dijo Félix.
- No se preocupen, – respondió Lucas – ya les dije que era mi responsabilidad. Además no creo que los dejen entrar en la cocina.
- Pues debemos ayudarte de alguna manera – continuó Félix. – Ya lo sé, te ayudaré con tu informe de Diplomacia mientras estás cumpliendo el castigo.
- Bueno, muchas gracias – dijo Lucas. – Te dejaré mi visor cuando vaya a la cocina. No lo hagas demasiado bien, o el profesor Mecan sabrá que no lo hice yo. – todos rieron y se separaron para ir a sus clases.

Cuando dieron las seis de la tarde Jan, Fran y Félix acompañaron a Lucas hasta la cocina. Se despidieron de él como si entrara a la cárcel y no lo fuera a ver en años. Lucas se rió y les dijo:
- Vamos chicos, nos veremos en un par de horas ¿Qué tan pesado puede ser el trabajo de la cocina?
- Es que los cuatro deberíamos entrar ahí – dijo Fran.
- Ya discutimos eso – contestó Lucas. – Sólo recuerden ayudarme con las tareas escolares.
- No te preocupes – dijo Félix – tu informe estará listo cuando llegues a la habitación.
Se despidieron y Lucas entró a cumplir su castigo, con una sensación de tranquilidad y de qué las cosas no podrían haber salido mejor, dadas las circunstancias.

© 2011 Marcos Scotti D.

2 comentarios:

  1. Qué susto que ha llevado el pobre encima. Pero eso le pasa por coger las cosas sin permiso... Ya podrían hacer una copia que se pudiera leer de ese libro, la verdad xD

    Muy buen capítulo, en serio. Me encanta la historia ^^

    ¡Un saludo!

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  2. Gracias y que bueno que te guste la historia. Trato de darle ritmo. En los próximos capítulos se amarran los hechos hasta ahora.

    Un saludo para tí también.

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